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Ausencia

Él no está loco, simplemente perdió la cordura desde la tarde que ella no volvió. Ahora pasa horas en las esquinas sintiéndose un semáforo que da y detiene el paso a carros y transeúntes. Estar loco es otra cosa. Es levantarse cada día tras la alarma de un reloj o quien dice un teléfono celular, en los casos más modernos. Poner la cafetera al fogón. Asear el rostro, con la esperanza que desaparezcan las arrugas de la noche. Servir y beber a sorbos el tinto… y así continuar con la rutina. Él, por el contrario, amanece cada día en una esquina diferente, lo que ayuda a ver su existencia desde ángulos diversos. Él no tiene cafés que anuncien el inicio de la jornada, ni un té que le apague el final del día. Escasamente bebe agua, pero la necesita; lo llena de vida desde que ella no volvió. Cuando siente el agua escurrirse por su garganta, cierra los ojos y la recuerda, como en una danza flotante, con un vestido muy largo y colorido que se levanta con sus vueltas al viento. La ve sonreír. Parpadear con lentitud. La siente feliz y la imita. Él no está loco. Simplemente recuerda que fueron felices y desde entonces nadie más ha logrado despertar este sentimiento en sus entrañas. Lo más cercano a la felicidad, que conoce es el vuelo de las mariposas. Para su desgracia ya no abundan, al menos no en su ciudad. Él no sabe que ha sido culpa del cambio climático por la acción del hombre, tampoco le importa. Solo se siente casi feliz cuando ve volar a una de esas. Prefiere las monarcas, desconoce que se llaman así pero las advierte por sus colores que le hacen recordar el vestido largo, que vuela en el viento cuando el agua se escurre por la garganta y la sueña feliz. Entonces, sonríe aletargado en sus cavilaciones y hasta se baña de sal su rostro porque recordar su ausencia lo pone triste. Ella lo cuidaba como nadie, sabía protegerlo del daño externo. Lo consentía. Una tarde no aguantó más. ¡Ese bicho maldito se la llevó! Él no sabe de bichos. Solamente, se siente solo. Hoy hará algo diferente, como siempre, desde que ella lo besó en la frente y le pidió la dejara descansar por un rato pero, no despertó jamás. Irá a un lugar que no le gusta mucho porque es yermo y lúgubre aunque se ilumina, de vez en vez, cuando él lo visita. Tiene la necesidad de estar allí. Atraviesa el umbral de la puerta y camina, como un tonto. Se detiene, se deja caer con suavidad y comienza a cantar muy bajito. En instantes son dos voces y la melodía cada vez más triste:

“Si el ramo que me diste se deshoja
y mi cuerpo ya no aguanta más dolor
yo te imploro que me encierres en tu losa
y me salves de este mundo aterrador.”

Está seguro de escuchar su voz dulce, protectora. Y se levanta con una felicidad que lo eleva y vuela como las monarcas. Brinca con la algarabía de un niño, se iluminan sus ojos, su ser.
Decide vivir en el letargo de la espera, en las llamas del olvido, como los abuelos desahuciados. Cae jadeante y satisfecho en un desmayo lento. Por primera vez se siente feliz igual que cuando ella estaba. Respira lento. Entrecierra los ojos, baja la mirada. Acaricia, suavemente, el grabado del mármol gris: “EPD mamita.”
Él no está loco.

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Publicado por marlenbr86

Tengo un poco de artesana y poetiza. Transformo material biodegradable en utilidades tratando de combinar lo útil y bello en mis creaciones. También escribo poesía y reflexionó acerca de aspectos de la ávida que nos rodean diariamente.

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